Gabriela está parada en lo que sus compañeras llaman “la zona del peligro”: atiende los surtidores junto a la calle de la estación de servicio Rhasa. El peligro llega en un Gol y en forma de alarido: “Venite con nosotros que no sólo te llenamos el tanque”, gritan tres gargantas adolescentes ante sus curvas protegidas por una bermuda roja y una remera blanca. Gabriela sigue como si nada, hasta que el auto se pierde por la avenida Larroque. “Cuando recién entré, me moría de vergüenza, ahora ya no los escucho”, dice. “En verano es peor, los conductores enloquecen”, agrega a su lado Vanesa. Las dos están entre las centenares de chicas que en los últimos años se convirtieron en “playeras”. Su empleador, Juan, no acude a sutilezas al explicar por qué contrata a chicas que nada saben de combustibles y lubricantes. “El 99 por ciento de los clientes son hombres –dice–, por eso el sexo y las dotes del personal pesan a la hora de elegir dónde cargar.”
Las chicas pasan ocho horas diarias en las que venden nafta y limpian vidrios, pero sobre todo paran los avances masculinos.Celeste tiene 24 años y trabaja con Gabriela. Su vocación no estaba precisamente entre los surtidores. “Soy maestra jardinera –cuenta–. Entré en esto porque no podía esperar para reunir los puntos necesarios para ejercer. Acá ahora soy encargada de turno, pero cuando empecé, era un desastre, no sabía hacer nada, me olvidaba de desconectar el automático de los surtidores y más de una vez bañé a un cliente.” Vanesa asegura que a los conductores les gusta que ellas los atiendan “porque dicen que somos más simpáticas y no tan frías como los hombres”.Palabras más, palabras menos, los clasificados dicen todos lo mismo: “Vendedoras de playa para estación de servicio. Edad: de 18 a 30 años. Viva en la zona. Horarios rotativos. Estudios secundarios completos no excluyente. Buena presencia y muy buena disposición para la atención del cliente”. Del uniforme que deberán usar nada dice. Según Marilé Pardo, responsable de Recursos Humanos de Aspro, “el componente femenino y su indumentaria en las estaciones no fue elegido al azar, sino que son el resultado de estudios exhaustivos”. Esos estudios parecen terminar siempre en un uniforme pegado al cuerpo.
San Isidro, jueves, 14.05. La estación Aspro de GNC en Panamericana y Márquez está llena de remiseros y autos particulares que esperan la carga. Tres veinteañeras vestidas con calzas azules de lycra ajustada se mueven de un surtidor a otro. Repiten el rito aprendido: “Saludo cordial de bienvenida, apertura del capot, limpieza del parabrisas y obsequio de un vaso de jugo o café, según el gusto del cliente”. Andrea, de 24 años, ex promotora, y Miriam, de 25, profesora de taekwondo, acaban de terminar una jornada de trabajo que empezó a las 5.45 y les reportó a cada una entre 15 y 20 pesos en concepto de propinas. “Este trabajo no es bueno por el sueldo que te pagan sino por las propinas que hacés”, admite Andrea. No es un secreto: las propinas son a menudo el único motivo que hace tolerable el empleo, donde –se quejan ellas– muchos clientes confunden cordialidad “con otra clase de servicios”. Andrea aclara: “los piropos tipo `¿acá hacen un casting para seleccionar al personal?’ son bienvenidos, pero cuando se zarpan con `qué buenas tetas tenés’ está todo mal. En invierno es más liviano, pero en verano cuando estamos en remera, todo es peor. Hay clientes que en un turno de ocho horas vienen hasta tres veces a cargar”. Dicen que todo es motivo para ir un poco más allá. “Algunos, cuando les ofrecés el café que obsequiamos te contestan `hoy no puedo, pero mañana te vengo a buscar’”, dice Analía, que tiene 20 años y también trabaja en Aspro. Y cuenta: “Cuando hay alguna rifa escuchás todo tipo de propuestas. `Si gano, mamita, te venís conmigo’ o `pensá qué te vas a llevar en la valija’”. Para Miriam, el problema masculino pasa por la hipocresía. “Hay clientes que cargan todas las semanas, que cada vez que vienen te traen regalitos, pero cuando llega el domingo y vienen con la esposa hacen como si no te conocieran, y a veces ni te saludan. ¿Todo por qué? Porque la esposa está al lado. Eso me da mucha bronca, porque en la semana están dale que te dale con el verso y los domingos te pagan la carga sin mirarte, o te miran como diciendo `esta negrita qué se cree’.
Extraido de una nota de PAGINA 12
Realmente me parece hermoso verlas en sus atuendos, pero creo que se merecen el respeto como toda persona que hace su trabajo.. No se zarpen!! Agradescan su atención..
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